Si dices venga, yo digo vale.
No sé hacer la mitad de cosas que debería saber. Odio no saber cocinar en condiciones, olvidarme de los cumpleaños y pasarme demasiado tiempo sentada en la cama pensando teorías y teorías sobre los pies. Bueno, en realidad esto último me gusta. Odio abrir siempre las cajas de medicinas por el lado que no es, abrir botes de mahonesa sin darme cuenta de que ya hay otros abiertos y despertarme empapada de sudor con más miedo que nunca. A veces necesito un abrazo más que ninguna otra cosa, más que palabras. También odio pedirlos cuando más los necesito y odio olvidarme de las cosas que no me tengo que olvidar. Como la lista de la compra o un número de teléfono. Me encanta hacer el vago pero odio los días en los que eso se da en exceso. Me encanta oler el desayuno mientras estoy en la cama, mensajes completamente absurdos que aparecen en mi móvil y que entre el sol por la ventana y me deslumbre unos segundos. Me encanta observar a la gente en los bares y montarme teorías sobre sus vidas. Me encantan los domingos. O encantaban. Me encantan esos escalofríos que aparecen sin más; los donut de chocolate y absolutamente toda la comida basura. Me encantan las fotografías en blanco y negro.. Y ahora mismo me guardo una lista de cosas que me encantan de "tú", "ti", "contigo", "de ti", "tuyas", "tuyos", "por ti" más larga de lo que yo misma creo.
Te mueres por unos mimos. Por un plan de viernes por la tarde.
De besos sobríos a la luz del sol. Aunque sea de puntillas por la ventana. Aunque se haga de noche después.
Te mueres. Y lo sabes.
Lo dicen esos ojos que tienes. Pero como eres muy chulo, te haces el difícil.
Y yo sigo en mi línea. Y todo me da igual.
Y si dices venga yo digo vale
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